UNIVERSIDAD POPULAR AUTONOMA
DE VERACRUZ
ASIGNATURA: ETICA Y VALORES
TEMA: SUICIDIO EN ADOLECENTES
CATEDRATICO (A):
LIC. YISEL SANCHEZ LAZARO
NOMBRE DEL
ALUMNO: MANUEL JESÚS ALMEIDA JIMENEZ
CARRERA: ING. INDUSTRIAL
viernes 26/04/2013
INTRODUCCION
Los
suicidios y las tentativas de suicidio constituyen un problema grave de salud
pública
que comprende cuestiones características de la
adolescencia. En efecto, cuestiones como el pasaje al acto, la impulsividad, el
problema de la muerte, la depresión, el ataque al propio cuerpo y al marco
familiar, son inherentes a este período de la vida denominado adolescencia;
concepto que hay que interpretar no sólo en clave neurobiológica sino, y esto
es quizá más relevante, en clave psicosocial. Esto es así en la medida en que
la adolescencia, a diferencia de la pubertad, no es ajena al marco histórico y
social en el que se desarrolla, en consecuencia, la adolescencia pone en tela
de juicio lo social y amenaza con crear un conflicto de generaciones.
La
problemática del suicidio y del intento de suicidio en la población adolescente
no es tampoco ajena a la crisis que acompaña, de manera indefectible, a este
período de la vida de todo sujeto. Esta crisis debe entenderse bajo dos
aspectos. En primer lugar, la crisis del adolescente comporta el momento en el
que habrá de decidir su futuro, y ello en diversas áreas de la vida: labora,
formativa, afectiva, etc. En segundo lugar, la crisis de la adolescencia supone
el momento en el que la neurosis más o menos latente del sujeto se declara con
cierta violencia o cierta urgencia Esto, además, puede complicarse en aquellos
sujetos con una estructura psicótica que puede haber permanecido silenciosa
durante la infancia pero mostrarse con toda crudeza a partir de la pubertad.
Momento
de elegir, momento de urgencia, ambas circunstancias colocan al adolescente
ante una nueva situación que le obligan a poner en marcha todo un conjunto de
mecanismos defensivos. Sin embargo, esos mecanismos no siempre se dan o bien
resultan insuficientes para resolver la crisis de manera satisfactoria.
El suicidio y el intento de
suicidio constituyen las manifestaciones dramáticas del fracaso del sujeto
adolescente al enfrentarse con ese nuevo mundo. En otras ocasiones, el momento
de la adolescencia comporta la puesta en marcha, el inicio de un trastorno
mental grave, por ejemplo, una psicosis esquizofrénica. Así, se ha señalado por
parte de algunos autores que cierto número de esquizofrenias son la culminación
de crisis de la adolescencia que han sido impedidas, no resueltas. Sin embargo,
nos equivocaríamos si pensáramos que ambos fenómenos, el suicidio y la
tentativa de suicidio, por un lado; y los trastornos mentales, por otro, se
pueden tratar de manera independiente, como si no tuvieran ninguna relación
entre sí. Nada más lejos de la realidad, el suicidio y la tentativa de suicidio
no son diagnósticos psiquiátricos, sino más bien síntomas psiquiátricos, esto
es, elementos sígnicos de trastornos mentales. Suicidio y tentativa de suicidio
pueden formar parte de diversos trastornos mentales, como se señalará más
adelante; es lo que ocurre en los casos de depresión mayor y de psicosis
esquizofrénica, entre otros.
Por otro lado, los suicidios y
los intentos de suicidio son fenómenos no ajenos a los marcos sociales en los
que acontecen. Dichos marcos constituyen los factores sociales implicados,
estos actúan como elementos que pueden favorecer la emergencia de
comportamientos suicidas en tanto el sujeto posmoderno se enfrenta a un
proyecto colectivo en el que naufragan muchas vidas, al verse traídas y
llevadas por un vivir carente de sentido. Finalmente, conviene resaltar que la idea de
la muerte forma parte de la adolescencia; es consustancial al trabajo de
subjetivación que lleva al sujeto a pensarse como tal, diferente de los demás,
y a pensar acerca de sus pensamientos, es decir, acerca del sentido de los
mismos. Esta elaboración ocupa a muchos adolescentes y les lleva, más tarde o
más temprano, a preguntarse sobre el sentido de la vida. El enfrentamiento con
la muerte se vincula con las pérdidas que supone la metamorfosis sexual :
pérdida de la imagen de sí mismo, pérdida de la imagen de niño ideal, pérdida
de los padres como sustento del ideal del yo infantil.
La muerte, por tanto,
es algo que ocupa el pensamiento de los adolescentes, sin embargo, no todos
piensan en morir ni en suicidarse. Es aquí donde incidirán los factores
individuales y sociales, factores que se deben interpretar, en preciso decirlo,
en términos de facilitadores, pero no determinantes
DESARROLLO
CONCEPTO
La palabra suicidio
deriva del latín y se compone de dos términos: sui, de si mismo, y caedere,
matar. Por tanto: matarse a si mismo. Las expresiones suicidio e intento de
suicidio se refieren al deseo de buscar la muerte, que en el primer caso se
consigue y en el segundo no.
Sin embargo, las
cosas no son tan simples en la realidad. En ocasiones, existen intentos de
suicidio en los que la muerte no se ha consumado por casualidad. En cambio, en
otros casos la muerte ni se buscaba ni se pretendía remotamente.
En general, la
conducta suicida tiene un carácter episódico aunque no deben olvidarse aquellos
casos en los que la conducta suicida tiene un carácter recidivante. Un episodio
de ideación o acción suicida puede ser agudo y breve, o bien puede durar varias
horas o días. En general, ello dependerá de los factores psicopatológicos
implicados. Así, por ejemplo, un episodio de tentativa suicida en un sujeto
melancólico puede durar varios días ya que es la consecuencia de una ideación
delirante de indignidad que persiste en el tiempo. En otros casos, como un
trastorno adaptativo, la acción suicida tendrá una duración más breve ya que se
trata de un acto fuertemente reactivo.
La ideación suicida
consiste en pensamientos de matarse, planes sobre las circunstancias (dónde,
cuándo, cómo) así como pensamientos sobre el posible impacto del propio
suicidio en los demás . Se trata de un fenómeno frecuente en población
adolescente cuya gravedad y significación requieren de un adecuado entrenamiento
por parte del profesional.
ASPECTOS
CLINICOS
Suicidio consumado
El suicidio consumado
suele producirse más a menudo en los últimos años de la adolescencia. En muchos
países industrializados, el suicidio es la segunda causa de muerte en población
de edades comprendidas entre los 15 y los 24 años, siendo la primera los
accidentes de circulación. Se ha señalado que en los niños y adolescentes las
tasas de suicidios aumentaron entre los años 1979 y 1992, pero disminuyeron
entre los años 1998 y 1999. En Francia, el 7,9% del conjunto de fallecimientos
por suicidio afectaba a jóvenes de edades comprendidas entre los 15 y los 24
años. La mortalidad media por suicidio en dicho período de edad es de 7,7 por
100.000; en Estados Unidos, es de 1,5 por 100.000 a los 10-14 años y de 8,2 por
100.000 a los 15-19 años. La relación por sexos es de 8 varones por dos chicas.
Los métodos usados tienen un fuerte potencial letal: ahorcamiento, armas de
fuego, defenestración.
La relación de los
actos suicidas (suicidios consumados) con los trastornos psicopatológicos es
muy clara. Así, en un estudio realizado en 1991 se pudo establecer que sobre 53
suicidios de adolescentes de 13-19 años, un 94% presentaba algún tipo de
trastorno psiquiátrico. Desglosando por categorías diagnósticas se obtuvieron
los siguientes datos: 51% tenían depresión; 26% alcoholismo y un 21% tenían
trastornos adaptativos. Además, uno de cada 3 suicidados presentaba un
trastorno de la personalidad. De ello se infiere la importante correlación
existente entre actos suicidas y trastornos mentales. De éstos, los estados
depresivos (depresión mayor, trastorno adaptativo depresivo) resultan los más
importantes. Debe destacarse, sin embargo, la circunstancia de que una
proporción considerable de los adolescentes que se suicidaron no habían
recibido ningún tipo de atención psicológica antes del acto.
Se ha constatado,
además que el suicidio consumado puede producirse, entre jóvenes que ya tenían
tendencias suicidas, a partir de tener conocimiento del suicidio de otra
persona. El tratamiento que dan actualmente los medios de comunicación a los
actos suicidas puede, en ocasiones, no ser el más adecuado ya que favorece los
fenómenos de identificación, a los que tan proclives son los adolescentes.
Dos son las
enseñanzas que se desprenden. Por un lado, es claro que las conductas suicidas
tienen un trasfondo psicopatológico muy heterogéneo, que se debe articular con
el contexto psicosocial y con la capacidad de comunicación del individuo. Por
otro, que muchos casos de adolescentes pre-suicidas pasan desapercibidos en los
servicios asistenciales o bien su gravedad no es apreciada. Es aquí donde hay
que poner el acento: en muchos casos, los actos suicidas han estado precedidos
de tentativas suicidas o bien de ideaciones suicidas o actos que suponen una
situación de alto riesgo. No valorar de manera adecuada dichos actos comporta
no apreciar una situación de alto riesgo y, en consecuencia, no adoptar las
medidas oportunas para su prevención.
Tentativa de suicidio
Si bien la frecuencia
del suicidio tiene a disminuir, no ocurre lo mismo con las tentativas de
suicidio, que en población joven de los países desarrollados tiende a aumentar
en los últimos años. Se ha constatado que los intentos de suicidio empiezan a
producirse a la edad de 12 años, con un aumento de la incidencia que alcanza un
pico a los 16-18 años. El perfil típico en individuos que cometen intentos de
suicidio es el de una chica, de edad entre los 15 y los 17 años, que lleva a
cabo el intento ingiriendo una dosis pequeña o media de un analgésico o bien
algún otro medicamento utilizado por algún miembro de la familia. El acto tiene
las características de un acto impulsivo, es decir, un acto escasamente
reflexionado, que aparece en el contexto de un conflicto familiar o de pareja.
Las manifestaciones clínicas son la irritabilidad, la agitación, el
comportamiento amenazador y un deseo de morir.
Algunos autores han
señalado dos tipos de intentos de suicidio. El primero de ellos, que los
autores denominaron “maligno”, se caracteriza por ser un acto impulsivo, muy
peligroso, vinculado con una estructura y un proceso psicopatológicos que han
marcado la historia previa del individuo, y sin que se puedan detectar factores
desencadenantes claros. Sobre este punto, sin embargo, debe ponerse un
interrogante ya que los factores desencadenantes se pueden localizar, siempre
que se les busque con la suficiente atención. Este tipo de acto se caracteriza,
además, por comportar una ruptura del vínculo con la realidad, con el entorno,
con los otros. No hay, por tanto, una llamada al otro, no hay una petición de
ayuda.
El segundo tipo, el
“benigno”, se caracteriza por tratarse de un acto compulsivo, de menor
peligrosidad, de características reactivas ante situaciones de cambio o
pérdida, en un contexto clínico de tono depresivo. Aquí, no hay ruptura de
vínculo con la realidad, sino un intento – a veces desesperado – de
re-establecer vínculos con los otros. Es una petición de auxilio, que debe ser
escuchada y atendida de manera adecuada.
Los intentos de
suicidio malignos se desarrollan, en la mayor parte de las ocasiones, en la
calle, sin testigos, lo que es indicativo de que el sujeto busca un lugar en el
que no resulte posible ayudarlo.
Por otro lado, la
peligrosidad de los medios utilizados en los intentos de suicidio malignos
indica la búsqueda de la muerte como finalidad primordial. Esta prevalece sobre
otras posibles significaciones en juego.
En este mismo estudio
se destacan las diferencias entre los efectos en uno y otro tipo. Así, después
de un intento de suicidio maligno se produce un agravamiento de la tensión
emocional y de la persistencia del deseo suicida. Por el contrario, después de
un intento de suicidio benigno lo que se produce es, a menudo, un alivio de la
tensión llegando a expresar el individuo un cierto arrepentimiento de lo
realizado.
En general, en los
casos benignos se puede afirmar que algo ha ocurrido, algo se ha consumado, y
ese algo promueve un cambio de dirección y de las perspectivas del sujeto. A
partir de ese momento sus relaciones con el entorno – básicamente el entorno
familiar – y las relaciones con los dispositivos asistenciales variarán y se
darán las condiciones para reconducir la situación, claro está, siempre que ese
entorno esté por la labor de hacerlo.
FACTORES DE RIESGO
SUICIDA
Muchos son los
factores de riesgo suicida en los adolescentes. Desde el provenir de medios
familiares desestructurados hasta la presencia de trastornos psicopatológicos
como la depresión o el abuso de sustancias, sin olvidar la exposición a
situaciones de riesgo suicida, como es el caso de haber tenido problemas con la
justicia, todos ellos constituyen un campo heterogéneo que conviene revisar.
Estos factores pueden
clasificarse en tres grandes grupos: individuales; familiares, y sociales.
Individuales
Dentro de los
factores individuales cabe destacar los siguientes:
Antecedentes de haber
realizado tentativas de suicidio anteriores. Algunos autores han señalado que
aproximadamente un 25 % de los adolescentes que realizaron un intento de
suicidio lo habían realizado con anterioridad. La tentativa de suicidio
multiplica por treinta el nivel de riesgo. Por otro lado, se considera también
que el nivel de riesgo es mayor cuanto más joven es el suicida
Patología
psiquiátrica.
Ya ha sido señalado que una proporción muy elevada de individuos suicidas
presentan patología psiquiátrica. Esta circunstancia también se cumple en
población adolescente. Los estados depresivos, los trastornos de ansiedad, el
abuso de alcohol y de otras drogas, los trastornos de la personalidad y los
trastornos psicóticos, son todos ellos estados psicopatológicos que comportan
un riesgo de conductas suicidas. Sin embargo, los más relevantes son las
depresiones, cuya existencia eleva el riesgo suicida hasta un 27% con respecto
a la población general. La esquizofrenia, clásicamente citada como un factor de
riesgo suicida en población adulta, no desempeña el mismo papel en población
adolescente. Ello puede ser debido, entre otras razones, a que es precisamente
en este período cuando suele iniciarse por lo que no se suelen dan las
condiciones que favorecen el pasaje al acto suicida (por ejemplo, la toma de
conciencia de las consecuencias sociales que tiene el trastorno. El sujeto se
ve, de un día para otro, aislado de su entorno, ve que ha perdido su lugar en
la red social)
Factores biológicos. Es ya clásico citar
cierto tipo factores neurobiológicos como los causantes o desencadenantes de
todo un conjunto de comportamientos anómalos. En este contexto, los
desequilibrios en diversos sistemas de neurotransmisores ocupan un lugar
destacado. En consecuencia, no resulta sorprendente que también en el caso de
los comportamientos suicidas se hayan documentado ciertas disfunciones en los
neurotransmisores. La más citada es la disfunción en el sistema serotonérgico.
De hecho, la hipótesis de un desequilibrio serotonérgico constituye uno de los
principales argumentos neurobiológicos del trastorno depresivo, la patología
más suicidó gena, sin embargo, dicha hipótesis no ha podido ser verificada en
población adolescente. Quizá más precisa podría ser la correlación entre la desregulación
de la serotonina y la respuesta impulsiva a un estrés. En este sentido, la
correlación tendría más relación con el factor impulsividad que con el factor
depresión.
Familiares
En el apartado de
factores de riesgo inherentes a la familia se han citado los siguientes:
Existencia de
trastornos psicopatológicos en los padres. En los padres de adolescentes
suicidas es frecuente encontrar trastornos psiquiátricos. Los más habituales
son los estados depresivos y el abuso de sustancias tóxicas. Estos datos son
susceptibles de diversas interpretaciones. Se pueden interpretar en términos de
vulnerabilidad determinada genéticamente, pero también pueden pensarse en
términos del impacto que dichos trastornos pueden ocasionar en el adolescente.
Resulta claro que unos padres que se encuentran en una precaria situación
personal, que comporta para ellos mismos un importante riesgo suicida, no van a
poder ayudar a su hijo a enfrentarse con todo lo que la adolescencia supone,
tal y como se ha explicado en la primera parte del artículo.
Antecedentes de
tentativas de suicidio o de suicidio en los padres. Se ha constatado
que en el caso de muerte por suicidio de la madre o del padre el riesgo de
tentativa de suicidio en el hijo adolescente se multiplica (por 2-5).
Maltrato y abuso
sexual.
Se ha constatado la existencia de correlación entre el maltrato en la infancia
y la conducta suicida. Además, las conductas violentas en el seno familiar,
tanto si el adolescente es testigo de ellos como si es víctima, también
presentan una correlación positiva con los comportamientos suicidas.
Otros
factores, como el divorcio o las relaciones entre los padres y los hijos
adolescentes pierden peso específico si se tienen en cuenta tanto los factores
psicopatológicos asociados como los factores de riesgo psicosocial.
Factores sociales
En el apartado de los
factores sociales resulta obligada la referencia a la obra de Durkeim,
sociólogo francés que destacó el importante papel de los factores sociales en
el desencadenamiento de conductas suicidas. Este autor resaltó en su libro El
suicidio, de 1897, que el suicidio era un fenómeno mucho más social que
psicológico, ya que, según él, el hombre está desbordado por una realidad
circundante que es la colectividad en la que está inmerso, quiéralo o no. En la
monografía citada, el autor señala la conocida influencia que tuvieron las
crisis económicas sobre el suicidio. Para ilustrarlo citó los casos de Viena,
ciudad que entre los años 1873 y 1874 sufrió una crisis financiera cuyo
correlato fue un incremento de los casos de suicidio del 41% (referido a los
casos de suicidio registrados en 1874 y 1873). Sin embargo, el mismo autor
añadió que dichos incrementos no se podían explicar simplemente por un
empobrecimiento de la población ya que ciertos períodos de prosperidad podían
también acompañarse de incrementos en las tasas de suicidios. Para poder
explicarlos, Durkheim recurrió a la noción de anomia, concepto clave de la
sociología que, sin embargo, ha sido usado con significados diferentes. Así, en
La división del trabajo social, Durkheim concibe la anomia como una ruptura
de la solidaridad. La anomia, en esta primera acepción, es expresión de una
crisis de diferenciación, que es consecuencia de una división del trabajo
coercitiva, que tiene una influencia disolvente en la sociedad. Por tanto, en
esta primera acepción la anomia sería un vacío de las reglas. En cambio, en la
segunda acepción, la que aparece en El suicidio, la anomia es concebida
como el fracaso de la norma para regular los comportamientos individuales. En
otras palabras, la anomia no sería el resultado de la ausencia de normas, sino
el hecho de que éstas hayan perdido eficacia en la sociedad. En este caso, la
anomia se manifiesta como transgresión de normas por parte de individuos que se
resisten a ser integrados en la sociedad. La anomia expresa la incapacidad del
individuo para poner coto a sus deseos y traduce la existencia de un tipo de
personalidad mórbida a la que lugar la sociedad moderna.
Para Durkheim, el
hombre que siempre lo ha esperado todo del porvenir, que ha vivido con los ojos
puestos en el futuro, nada tiene en su pasado que lo consuele de las amarguras
del presente, pues el pasado sólo ha sido para él una serie de etapas
impacientemente atravesadas. Si este hombre que vive con su mirada en el
horizonte, en lo que ha de venir, ve, de pronto, detenida su marcha hacia ese
ideal, se encontrará con que no hay nada ni detrás ni delante de él que le
sirva de soporte. En consecuencia, el desencanto y la depresión pueden hacer
mella en él. Esta es la hipótesis durkheimiana, hipótesis que es preciso
articular con otras aportaciones. Así, Sennett, plantea en La cultura del nuevo
capitalismo, que el hombre posmoderno debe hacer frente a diversos desafíos, el
más importante es el que se refiere a cómo desprenderse del pasado. Se trata de
un fenómeno característico de la época actual, marcada por las condiciones
sociales de inestabilidad y fragmentariedad. Es una época en la que los
servicios prestados en el pasado no garantizan al empleado un lugar en la
empresa. La noción de mérito ha entrado en crisis y en su lugar aparece una
nueva versión de sujeto caracterizada por su habilidad y presteza en poner
entre paréntesis las experiencias vividas. Se trata de asumir un yo orientado
al corto plazo, centrado en la capacidad potencial. Un tipo de personalidad que
se asemeja más al consumidor que al propietario que se aferra a lo que ya
posee.
Nuestros adolescentes
han de enfrentarse, pues, a un nuevo marco social que les plantean unas
exigencias que sólo unos pocos estarán en condiciones de asumir. Para los adolescentes
actuales, la idea de proyecto tiene escaso o nulo sentido, de ahí que muchos no
puedan responder a la pregunta sobre sus planes para el futuro. De hecho, ni se
la plantean más allá de un ideal de felicidad basado en el nivel económico pero
con poca inversión personal. Es esta configuración social la que constituye un
marco que puede favorecer los comportamientos suicidas, tal como las historias
de adolescentes que han realizado tentativas o suicidios consumados nos
enseñan.
En este contexto social
emerge un factor que ha ido cobrando importancia en los últimos años: el
escolar. Las dificultades escolares, el llamado fracaso escolar y, sobre todo,
las situaciones de acoso moral en el ámbito educativo, constituyen factores de
riesgo de comportamientos suicidas. El caso Jokin, el adolescente de 14 años
del pueblo de Hondarrabía, que se suicidó tras sufrir humillaciones y
agresiones de sus compañeros, constituye una señal de alarma al tiempo que debe
ser motivo de serias reflexiones sobre lo que ocurre en las aulas, reflejo
muchas veces, de lo que ocurre en el medio familiar. Más aún, las aulas
constituyen un marco complejo en el que las demandas y expectativas de los
diversos actores implicados (adolescentes, padres y docentes) se entrecruzan de
manera no armoniosa dando lugar, en bastantes ocasiones, a desencuentros que
pueden devenir en serios conflictos
DETECCIÓN DE LOS
COMPORTAMIENTOS SUICIDAS
La gravedad de los
comportamientos suicidas conlleva la necesidad ineludible del diagnóstico
precoz. Además, como ha sido señalado en diversos estudios, del 7 al 15% de los
suicidados suele haber consultado en el mes que precedió al suicidio, y entre
un 20 y un 25% lo había hecho en el año anterior. Sin embargo, la experiencia
clínica del día a día indica que, a menudo, en las consultas previas no se
suelen detectar los indicios de comportamientos suicidas. Además, ciertas ideas
ampliamente circulantes entre ámbitos profesionales están impregnadas de
prejuicios, uno de ellos, quizá el más relevante, es el que se refiere a la
comunicabilidad. Según este prejuicio, el nivel de riesgo guarda una
correlación con la comunicabilidad: Si el sujeto realiza una comunicación
indirecta de la idea de suicidio el riesgo es mayor; por el contrario, si el
paciente comunica su idea de suicidio de forma directa el riesgo es menor. Esto
puede cumplirse en algunas ocasiones, así, por ejemplo, un joven que ha sufrido
una crisis psicótica, que ha dejado como secuela un estado depresivo inherente
a la toma de conciencia de lo que dicha crisis le ha acarreado, puede realizar
un acto suicida sin que haya comunicado previamente su idea. Se trata de un
acto suicida que sólo ha sido comunicado de una manera muy indirecta.
Sin embargo, esta
recomendación general tiene excepciones: un individuo puede comunicar de manera
directa su intención suicida y llevarla a cabo como acto consumado. Es lo que
ocurrió en un centro de justicia juvenil hace pocos años: un joven magrebí de 17
años comunicó de manera clara su intención de poner fin a su vida si se llevaba
a cabo su repatriación. El acto suicida se consumó a los dos días. Debe
advertirse que ante la generalización de las amenazas suicidas, el equipo
profesional puede tender a interpretarlas en términos de “manipulación” y, en
consecuencia, puede no tomar demasiado en serio los riesgos. Parece claro, no
obstante, que es mejor pecar de prudencia aún corriendo el riesgo de ser objeto
de manipulación.
Aunque los esquemas
pueden pecar de simplicidad, los siguientes puntos pueden servir de orientación
al profesional:
La
ideación, los intentos o planes suicidas.
El
acceso a medios para suicidarse
La
existencia de delirios de negación, de ruina o de indignidad
La
existencia de elementos alucinatorios de carácter imperativo
El
consumo de alcohol y otras sustancias tóxicas.
La
historia de intentos de suicidio anteriores.
La
historia familiar de suicidios o de intentos de suicidio
Todo ello se debe
completar con una evaluación de las circunstancias particulares del sujeto así
como de sus posibilidades y de su motivación para pedir ayuda.
En ocasiones, se dan
comportamientos en forma de autolesiones como ingerir objetos metálicos o bien
provocarse lesiones en los brazos y antebrazos con instrumentos cortantes. Si
bien estos comportamientos no constituyen por sí mismos comportamientos
suicidas no es menos cierto que deben ser valorados como graves y jamás pueden
ser considerados banales. Debe advertirse que en bastantes casos, los individuos
pueden llegar a ingerir objetos muy peligrosos que pueden causar importantes
hemorragias internas. En una ocasión, un interno de un centro de justicia
juvenil ingirió dos hojas de afeitar provocándose una grave hemorragia en el
tubo digestivo.
CONCLUSIONES
Los comportamientos
suicidas en adolescentes constituyen una situación de extrema gravedad que
requiere la toma de medidas de carácter preventivo. Los centros de justicia, en
general, y de justicia juvenil, en particular, constituyen contextos
institucionales en los que el riesgo de comportamientos suicidas es elevado.
Esto es así debido a la convergencia de diversos tipos de factores de riesgo
(trastornos psiquiátricos, consumos de sustancias, factores sociales, factores
inherentes al propio marco penitenciario). La correcta valoración del riesgo de
comportamientos suicidas requiere preparación técnica y un sólido y articulado
trabajo en equipo, marco necesario para la detección precoz y para la toma de
medidas adecuadas. Estas medidas pueden incluir la derivación del individuo
suicida a un centro hospitalario. No obstante, es preciso añadir que, en
ocasiones, el acto suicida se realiza de una intervención profesional adecuada
y correcta. No se debe olvidar que en los centros de justicia convergen las
tres profesiones imposibles: gobernar, educar y curar; en consecuencia, no
siempre es posible evitar los efectos de la pulsión de muerte del ser humano.
En cualquier caso, de la desgracia hay que saber extraer las enseñanzas
oportunas. Con ello, el equipo gana en saber y en salud.
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